Eres futbolista? No quiero futbolistas aquí. Así comienza Daniel la clase frente a un grupo de muchachos que tratan de desperezarse. El recinto es reducido pero muy abierto, las paredes cicatrizan engullendo imágenes de iconos cubanos del pasado de los que Daniel me habla de tanto en tanto: Ese es Kid Chocolate, campeón del mundo en 1931, aquel Teófilo Stevenson triple campeón olímpico… y están regadas con frases motivacionales del tipo: ¡Para ser campeón lucha un round más! o ¡Qué son 8 millones de dólares comparados con el amor de millones de cubanos!.

A Daniel cuesta entenderle, habla como si sus palabras estuvieran también boxendo, murmura cosas en una especie de código privado hasta que de repente suelta una orden: ¡No bajes la guardia!, ¡Oye qué estás haciendo, eso no sirve de nada!. En general muestra un perfil bajo con los niños, pero también ilusión, paciencia y de vez en cuando algún pellizco de autoridad.

Los chicos comparten guantes, bromas, hazañas, reprimendas, agua, golpes e incluso el protector bucal. Ante los ojos de un extranjero actúan como hermanos sin saberlo, como gran parte de los habaneros. Una gran familia.

La clase duró apenas una hora. Aquí vienen a aprender los primeros pasos, dice mirándome con las peceras diminutas que tiene en sus pupilas, luego se marchan a los centros deportivos y me señaló a dos que según él pueden tener futuro. Al final intercambiamos los teléfonos no sé muy bien para qué, pero ahora llevo en el bolsillo toda una escuela de golpes, movimientos pendulares, y gestas remotas.

La Habana, 1 de Julio de 2019.